Conociendo a nuestras ciclistas: Covi
Era una cría cuando empecé a tener ataques de pánico. No sabía lo que era, ni siquiera el nombre que tenía aquello tan incómodo y desbocado que sentía de repente. No entendía nada, ni su origen, ni el por qué, ni qué hacer. Solo sufría esos efectos cada segundo del día durante años, sintiendo que me moría a la vez que se me paralizaba todo mi ser y toda mi vida, literalmente.
No sé si tú, que estás leyendo esto, sabrás de lo que hablo o si alguna vez lo has sentido en tus propias carnes. Pero te aseguro que no es nada agradable vivenciar un ataque de pánico durante un minuto y, mucho menos, todas las horas del día durante años. Te hace pensar más en la muerte que en la vida. Y así fue como se me pasó a mí la adolescencia y la juventud, viviendo más bien malina que sana, sin pena ni gloria. Viví cosas, pero no tan libre como quien no lo padece, pues fue una vida truncada, desde el miedo, ausente del presente, sin planes, sin fuerza interior ni emocional ni física. Más bien se convirtió en una vida en torno a estar atenta a toda sensación y sintomatología de ansiedad. Y es que vivir años esto, de manera patológica, inevitablemente trauma y te cambia todo. Una pesadilla, de la que sales con el sistema nervioso tocado, hecho polvo.
Con lo cual, las fases que no se viven antes, se viven después. Por suerte, el instinto de supervivencia es más fuerte que cualquier cosa, y las ganas de comprender y sanar, junto con la propia intuición, más tarde o más temprano te llevan al camino acertado: sea esto personas, lecturas, tratamientos, experiencias, impactos emocionales, caídas, terapias, reflexiones…
Y a mí me vibraba dentro el tema de hacer deporte, a pesar de no haber tenido una educación ni ejemplo deportivo en casa, y lo practicaba puntualmente (aerobic, batuka, zumba, gimnasia de mantenimiento, yoga, etc). Así que, practicar un deporte más potente, como es correr o andar en bici, me suponía un reto; y es que yo asociaba las pulsaciones elevadas a las taquicardias y palpitaciones que te dan cuando tienes un ataque de pánico y ansiedad y, en consecuencia, desencadenaban en mí nerviosismo, como si fuera a darme algo, un ataque al corazón como mínimo.
Veía a las personas correr y me moría de envidia; pensaba: “¡Dios mío, seguro que son felices!!”. Y luego el ciclismo de carretera asomó a mi vida y les envidiaba y admiraba también. Yo, que sé vivir sin deporte, pero que ahora veo imprescindible vivir con él, agradezco la motivación que tuve para empezar a probar, a rodar y las personas que me he ido encontrando y he ido buscando para ponerme a prueba. Por lo vivido, y al no tener arraigo deportivo, no tengo mentalidad fuerte deportiva, no la tenía entrenada. Es increíble todo lo que se trabaja el interior y lo que se crece como persona gracias a la práctica deportiva con esfuerzo. Bueno, en general, gracias a afrontar y superar retos de la vida. Eso sí, en mi caso, me hace mucho bien el equipo, la gente, el apoyo, el acompañamiento, sus palabras, su energía. Sí, ya sé que todo eso ha de venir de dentro, pero tenía que desarrollarlo y qué mejor ejemplo que todas esas personas que me enseñaron y dieron de sí mismas. Gracias.
He aquí el reto que para mí ha sido romper con inseguridades, baja autoestima, creencias limitantes distorsionadas, hábitos de pensamiento y miedos, para poder practicar más deporte. Reto que sólo entenderá quien haya padecido o esté padeciendo en sus carnes algo similar, pues aquí la lucha es con una misma, con pensamientos y creencias automáticas grabadas a fuego mediante impactos o traumas emocionales diarios por años.
Y pasé de cero a cien. Logré correr regularmente e incluso ir a carreras, aún siendo de las últimas, pero terminarlas a pesar de todas mis comeduras de tarro (no veas las conversaciones que tengo por dentro convenciéndome de no retirarme sino de que soy una mujer sana y de que no me voy a morir, de que no me va a pasar nada, de que vale mucho lo que estoy haciendo, de que me voy a sentir después muy orgullosa de mí, etc). Y logré andar en bici, gracias a dos detonantes: una persona me acercó su pasión por el mundo de la bici y otra me regaló una bici de carretera (¿Y ahora qué hacía con ella?). Así que, por suerte, no tuve más remedio que probar a ver si me gustaba y si se me daba bien o, sino, venderla o devolverla. Me enfoqué, y ya sabes que es cuando el universo te pone las oportunidades, y me puse manos a la obra a parar a chicas que veía andando en bici por la calle para preguntarles si eran de por aquí y si podía salir alguna vez con ellas, o preguntando en gimnasios que me avisaran si sabían de alguien novato de por mi zona para salir juntos. También preguntando en tiendas de bicis o tirando de conocidos (que se convirtieron en amigos) y compañeros de trabajo, para que algún día salieran conmigo en bici y aprender de ellos. Y he tenido muchísima suerte: conocí muchísimas personas maravillosas con las que he compartido mis inicios y el "durante".
Podría nombrarlos a todos y darles su merecido lugar, pero personalmente ya les he dicho más de una vez lo agradecida que estoy. Gracias por bajar vuestro nivel para ir conmigo, gracias por ser mis muletas y maestros, gracias por ayudarme a salir de mi etiquetado de “enferma o limitada”. Gracias a todos ellos cuento con una cartera de buenos recuerdos, de superación, de risas, de cariño, de paisajes, de momentos de crisis silenciosas.
Se me abrió un mundo con el deporte, he sido feliz en la bici, he llorado de emoción al hacer rutas, puertos, kilometradas, etc. que jamás imaginé que podría hacer, aunque fuera a mi ritmo y nivel, con mis paranoias. Resulta que lo que admiraba en otros, ahora lo estaba haciendo yo. ¡Y no me moría! No han sido grandes hazañas, pero para mí eso era lo más. En mi búsqueda de personas con las que salir, es donde vi esa deficiencia de que hubiera un club de mujeres ciclistas. Y casualmente se fermentaba a la par la idea de crearse el Club Bellastures.
No podía decir que no ante un proyecto en el que quizá se podrían abrigar más mujeres que pudieran estar en mi situación o similares. Así no tendrían que verse desangeladas aquellas que tuvieran sus “demonios” o “taras”. Es por eso que yo estoy sumamente concienciada con las personas más frágiles, sensibles, vulnerables, o llámalo equis. Y es por eso que siento el Club como un trampolín para engrandecer y hacer crecer a las personas, para superarse a sí mismas, para tirar y dar ese empujón, para mostrar un Sí cuando te rodeen las dudas, para ponerte a hacerlo. No sabemos las batallas mentales, emocionales y físicas que cada una libra por dentro consigo misma. Y el ciclismo me ayudó a ganarlas (aprendí lo que afecta el discurso mental y que el cuerpo va donde mi cabeza diga) pero no sola, sino gracias al poder que para mí tiene el equipo.
Es innegable que el deporte es terapia para el alma. Y es que el valor de no dejar tirada a ninguna para mí es incalculable. Y a mí no me dejaron tirada nunca. Para mí, el ciclismo y Bellastures es ampliación, lucha, trascender. Son más experiencias enriquecedoras de la amplia paleta que te ofrece la vida. Es una sonrisa de satisfacción, es olvido del temor. Es acompañarme para poder estar sola. Es ir más allá de las secuelas. Es tomar acción, es sufrimiento del que merece la pena. Es lección de vida que necesito.
Suelo ser la última, pero os aseguro que ese lugar es el principio de muchas cosas. Por eso, seguid en vuestro empeño.
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